El Consorcio de Universidades del Estado de Chile (Cuech) ha introducido una forma sui generis del llamado «dilema del prisionero» en el tema del financiamiento. Ha optado por «acusar» a las nueve universidades no estatales del CRUCh de no ser igualmente elegibles, confiando en que así obtendrán más recursos.
Lo que falta ahora es que el grupo de las nueve no estatales acuse a las estatales de tampoco ser elegibles, debido a su menor eficiencia en la gestión. Entre las nueve universidades no estatales del CRUCh hay instituciones de variada trayectoria, pero las estadísticas conjuntas de contribución de los bienes públicos en educación demuestran que son al menos comparables, si no mejores, que el conjunto de las 16 estatales. En ese caso, ambos grupos pierden.
Sin embargo, en carta publicada el lunes, el señor Luis Villavicencio insiste en este predicamento. Parece muy poco sagaz, sin embargo, pretender transferir las que él mismo llama «limitantes restricciones» de las estatales a las no estatales para resolver el asunto. Más razonable es lo que las no estatales han declarado, en orden a apoyar a las estatales para que estas restricciones desaparezcan, y mejoren su gestión y las condiciones de sus trabajadores (en las universidades no estatales no hay «contrata» sin derecho a indemnización, por ejemplo).
Es erróneo, como lo hace el señor Villavicencio, generalizar suponiendo que en las universidades no estatales no hay pluralismo, democracia ni carrera académica. Le sugiero que se interiorice mejor sobre ello y también que cambie la absurda pregunta con que termina su carta por estas preguntas: ¿Estarían las universidades estatales dispuestas a mejorar su gestión de recursos, calidad y producción de bienes públicos si se las liberara de las «severas restricciones»? ¿Y a apoyar una iniciativa de todo el CRUCh para lograr lo anterior y además obtener los recursos basales que se requieren para seguir mejorando el nivel de la educación pública universitaria chilena?
En el dilema del prisionero, esta es la opción que se denomina «ganar-ganar», en que ninguno de los participantes delata al otro.
PUBLICADA en El Mercurio / Miércoles 30 de julio de 2014
Alberto Larraín Prat. Académico Universidad de Concepción